Notas del gerente
La oficina estaba encendida, pero todo lo que él pudo ver fue a ella, una mujer que ardía como el aire en un incendio. Sus palmas sintieron esas nalgas y eso fue todo. En segundos, ella estaba en su escritorio, ese roce desató en él algo animal. No necesitaron palabras, solo hambre. Sus cuerpos se estrellaron como una tormenta violenta, piel con piel, como perdidos en un intenso baile. Cada beso era como una inyección de adrenalina y cada roce los llevaba cada vez más profundo en un ritmo incontrolable. En la olvidada esquina de la oficina nada más importó, sólo su necesidad apremiante. Cuando se separaron, el sudor y la adrenalina aún se sentía, su mundo cambió después de lo que acababan de hacer.